Entramos en el edificio, quizá usamos el ascensor, abrimos la puerta, saludamos, nos sentamos… Es fácil que los pequeños detalles queden sepultados bajo la lista de tareas pendientes que tenemos apuntadas en la agenda. Debemos repartir bien el esfuerzo para abarcar el día con éxito y sin dramas. Es posible que nos hayan repetido muchas veces el valor de los detalles, pero pertenecemos al mundo empírico: necesitamos pruebas. 

Sin salir de nuestras fronteras, el pintor español Antonio López demuestra en sus obras la importancia de dar importancia a los rasgos del día. El artista logra retratar con una precisión exquisita las calles de Madrid incluyendo las manchas del asfalto, el reflejo de la luz en las ventanas o la pintura descamada de los balcones. Hace patente el valor del trabajo individual bien hecho, cuidadoso, detallista, incluso cuando su atractivo pueda no ser evidente para uno mismo en un momento concreto del día.

Esta tarea atendida con cariño se suma al resto de detalles de otros profesionales de nuestro entorno, y es entonces cuando resalta el compromiso y el esfuerzo de un grupo de personas que ponen el corazón en lo que hacen. Esos profesionales que encauzan sus fuerzas en una misma dirección son los que logran que la excelencia traspase los límites laborales hacia un fin último más importante. Este es el caso, por ejemplo, de los monumentos arquitectónicos más excelentes de la historia, logros del trabajo bien hecho de un grupo de personas comprometidas que supieron “rendirse” ante el día a día en vistas de un objetivo más grande que ellos mismos.

A esto aspiramos en la Clínica Universidad de Navarra. A hacer de cada paciente una obra de arte, fruto del esfuerzo diario de miles de profesionales que se entregan cada día a su trabajo con un objetivo común y una sonrisa bajo el brazo.