Todo comenzó cuando a Diego sólo le faltaba una semana para recibir la primera dosis de la vacuna del Covid-19, un pinchazo que estaba pautado para el 8 de agosto de 2020. Hasta ese momento, la pandemia no le había afectado; pero es entonces cuando Daria, su novia, se contagia y, con ella, enferma él. Daria pasará la enfermedad sin mayores molestias.

Diego Palomino se formó como mecánico y trabaja como transportista, aunque siente una pasión que no oculta por la música. Pone la voz en el grupo Starbeast: “Hacemos rock melódico”, explica. Diego vive en el barrio pamplonés de Etxabakoitz y nació hace 29 años en Lima, aunque se afincó en Navarra desde niño con su familia. Su madre, Carmen Villacorta, encabezó la emigración de la familia desde Perú hace 26 años. 

“Al principio, tenía fiebre, como una gripe, sin más molestias, durante la primera semana no me encontré mal, tenía ánimos de ir haciendo cosas en casa.  Me seguían desde el centro de salud y el médico decidió hacerme placas para ver cómo estaba, porque sospechaba de una neumonía, me estaban bajando los niveles de oxígeno en sangre”, cuenta Diego de los primeros días de su enfermedad. Con los resultados de la radiografía, el facultativo de atención primaria le remite al servicio de urgencias del Complejo Hospitalario de Navarra, desde donde es derivado a la Clínica Universidad de Navarra. 

Diego y su madre, Carmen Villacorta, acompañados por algunos de los profesionales de la UCI que cuidaron de ellos.

La primera semana de su ingreso, Diego la pasa en la quinta planta, en la zona dedicada a pacientes Covid. La progresión de la enfermedad no se detiene: “me costaba hacer cosas, me faltaba el aire”. Carmen recuerda, con estremecimiento, la llamada del Dr. Duilio González para comunicar la necesidad de intubar a Diego para que siga con vida: “vine con mi marido a despedirnos de él y pensamos en el marido de mi hermana, que falleció en Alemania al principio de la pandemia, que también tuvo que ser intubado”. Y Diego, amante de la música, llora y llega a decir que no quiere pasar por esa experiencia, teme también por sus cuerdas vocales.

Diego ya se encuentra ingresado en la UCI, sedado, sin ser consciente de lo que va sucediendo a su alrededor. No saldrá de allí hasta principios del mes de octubre. Carmen no falta ningún día a las horas de visita, “de once a dos y de cinco a nueve”, recita. La enfermedad sigue agravándose y parece que Diego no va a salir adelante. 

“Las enfermeras me cuidaban permanentemente, me planteaban la situación con realismo y eso me hacía entender qué me pasaba”

Carmen y Diego se emocionan con el recuerdo de Fernando, un antiguo compañero en el colegio Sagrado Corazón, “que pidió una semana de vacaciones para estar con él”. Carmen reza el rosario con Fernando y hace lo que le dicen: “que no dejara de hablarle y yo lo hacía todos los días, todo el tiempo, un día le dije ‘hazme una señal’ y ya me pareció que movía una ceja”. 

Se le llega a sostener con el ECMO, un sistema de respiración extracorpórea que mantiene oxigenada la sangre de un paciente crítico. Diego dice que apenas recuerda nada de esas dos semanas, y no ha olvidado que un paciente con ECMO debe evitar cualquier movimiento. El equipo de enfermería de la UCI recuerda agradecido la colaboración de Diego en ese momento. 

Carmen y Diego se acercan de nuevo a la habitación de la UCI. Les acompañan María Antonia Azcona (izquierda), supervisora de la UCI, y Rosana Goñi, enfermera.

Después de dos semanas especialmente duras en las que todos temen que Diego no supere la situación, empieza a dar signos de recuperación. “No podía moverme, no podía hablar. Me deprimí al despertarme, al verme inválido”, pero enseguida subraya que “las enfermeras me cuidaban permanentemente, me apoyaban psicológicamente, me iban contando cómo mejoraban mis análisis y eso me ayudaba, porque me planteaban la situación con realismo y eso me hacía entender qué me pasaba”. 

Diego cuenta que él quería salir de la UCI y pasar a planta en cuanto fuera posible, pero recuerda la frase tajante del Dr. Ricardo Calderón: “más tiempo aquí, menos en planta”, lo que le ayudó a valorar el esfuerzo por avanzar en la recuperación en la UCI y así “poder irme a planta sin oxígeno”. Dejar atrás ese apoyo extra para respirar significaba para él todo un éxito. 

“Ahora respeto mucho más la vida, la mía y la de los demás, porque un día, de repente, no estás aquí”

Sonríen al recordar la primera noche ya en la planta, cuando un Diego confiado se levantó de noche y terminó en el suelo. “Pero, ¿cómo no me has despertado para que te ayudara?”, clamó su madre ante un hijo que, simplemente, le dijo que quería que siguiera durmiendo. Una semana después de dejar la UCI, recibió el alta. 

Diego sigue de baja, por la debilidad de sus pulmones. Sus revisiones presentan cada vez mejores resultados y sigue marcándose pequeñas metas. Cuenta con enorme alegría que “no me fatigo, no me canso al subir las escaleras”, que está pintando su casa y que ha vuelto a los ensayos con Starbeast, además de a las clases de canto. Y tiene que cumplir la promesa que hizo a las enfermeras de la UCI: les escribiría una canción. Sueña también con una oportunidad para ejercer su formación de mecánico.

La enfermedad le ha hecho mirar la vida de otra forma. “Te hace pensar a dónde quieres llegar, antes igual sólo pensaba en pasarlo bien, pero te das cuenta de que no somos eternos. Ahora veo más las obligaciones o los proyectos personales, como ahorrar para tener una casa”. Y concluye que “respetas mucho más la vida, la mía y la de los que me rodean, porque un día, de repente, no estás aquí”. 

La otra parte de la historia: Carmen Villacorta

Carmen Villacorta, que vino a España hace 26 años, ha trabajado en el cuidado a enfermos y dependientes.

La historia de Diego en la Clínica es indisoluble de Carmen, que es igualmente recordada y querida por los profesionales de la UCI. “Yo nunca había pensado que iba a tener ese apoyo tan grande de los médicos y las enfermeras. Me veían triste y me daban un abrazo. No decían nada, pero me daban ese abrazo y todo su ánimo”.

Carmen es natural de Loreto, un departamento situado al norte de Perú, en la Amazonía. Llegó a España hace 26 años, como tantas personas que vinieron buscando una vida mejor. “Estoy muy agradecida de este país. He encontrado personas maravillosas, jamás me he sentido aquí ni rechazada ni marginada. Eso, jamás”.

A los tres días de venir a España ya estaba trabajando cuidando a una persona, en Baríndano, una localidad navarra de Tierra Estella. “Enseguida me adapté, porque yo me he criado con monjas españolas en Loreto y ya sabía cómo eran sus costumbres, me sentía en casa”. Después de esta experiencia, y de emplearse en la residencia de ancianos de Sarasa, Carmen pasó 18 años —hasta su jubilación— en el Centro Psicogeriátrico San Francisco Javier de Pamplona. “Si yo hubiera tenido la posibilidad de estudiar Enfermería, lo hubiera hecho. Esta profesión me encanta”.

Texto:
Miguel García San Emeterio
Fotografía:
Manuel Castells

Este artículo ha sido publicado por la Clínica Universidad de Navarra en la revista Noticias.cun.